La primera
vez que vi a David Bowie ten{ia 9 años y pensaba que no existía tipo más lindo en el mundo.
Sucede que a los 9 años yo era altamente influenciable por cualquier príncipe
de cabello alborotado, voz gruesa y ojos de diferente color, así que no fue
novedad quedar prendida (enamorada) de Jareth, el hermoso y malvado príncipe de
los Goblins que, acertadamente, era representado por David Bowie.
Nadie mejor que él para vestir de Jareth, de un Dios, pero no de uno cualquiera, si no de un Dios en un mundo de
freaks, en un mundo de contradicciones e imposibles, de mágicos escenarios y
seres fantásticos.
A los 9
años, mientras Jareth cantaba la más dulce canción de amor jamás oída hasta
entonces (y yo me preguntaba el por qué la protagonista era tan tonta?, porque
no se quedaba con Jareth y ya?) me quedaron claras varias cosas. 1ero. Él era
genial!, 2do. Tendría que dedicarse al canto, le sale muy bien!.
Años
después supe que no solo se dedicaba al canto desde mucho antes que yo naciera, si no que era un genio, y genio
como pocos (y que de una u otra manera si era Jareth, si era el rey de los
Goblins) David saltaba con una facilidad única de la balada, al pop
psicodélico, al glam rock, al soul, al folk y al pop más bailable y simplista.
David era
un reinventarse a sí mismo, en género y físico, en gustos y disgustos, en apariencia,
poesía y lírica y es que si bien no toda la música de David es digerible,
gustable, entendible, NO ES posible negar que cada tema es único y eso hoy, que
vivimos en un mundo de eternos “reboots” es invaluable.
Hoy estoy melancólica pero no triste porque Bowie no se fue, porque los genios no se van, los genios se
eternizan en sus canciones, en cada una de las presentaciones (que estarán
grabadas en la retina de los que tuvieron la suerte de verlos) en sus actos y
en el corazón de much@s.
El rey de
los Goblins solo volvió a su reino, y como bien es sabido, para invocarlo es
preciso leer poesía, como la que él mismo hizo toda su vida.
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