Detrás del monitor es casi imposible ver que estoy llorando.
Mi estratégica ubicación me hace casi invisible y es en momentos como este que
definitivamente es una bendición el que nadie me vea.
No me gusta mostrarme frágil pero hoy (como va pasando ya
con frecuencia)… el bullying es punzante, directo y a la yugular.
Detrás del monitor me muerdo la lengua y me recuerdo que el
trabajo a veces es jodidamente feo, que a veces es necesario pensar en todo lo “bueno”
que saco trabajando donde trabajo (platita para conciertos, platita para libros
e internet sin límites) y entonces me trago las sagradas lágrimas antes de que choquen
con el teclado.
Me repito que no es solución ser victima, que debo verme
como una guerrillera y nada más.
Me repito que no debo entrar en su juego y dejar que me
afecte el bullying.
Pero hoy de verdad me siento sin fuerzas y solo me queda
escribir en mi blog a quien quiera leer (al menos me consta que hay como 3 que
leen mi blog, gracias de todo corazón) y pensar que en cada letra se irá toda
la amargura que hoy me sobrepasa.
Aún muy en el fondo quiero pensar que la gente es buena, que
en realidad lo que sufro en mi oficina no es bullying laboral sino mucha
susceptibilidad mía. Quiero pensar que en realidad el tipo este es torpe no
solo conmigo sino con todos. Quiero creer que el problema es cultural… que
Cochabamba y su gente son muy diferentes a mi gente de La Paz y que es cosa de
acostumbrarme.
Quiero creer toda esa bazofia para sentirme mejor.
Pero hoy no puedo tapar el sol con un dedo, hoy me siento
muy mal para auto mentirme y creérmela.
Mañana hay reunión con él (otra vez) por lo que mejor voy a
casa, tomo un fluoxatine para mañana ser inmune a su bullying (quien diría, al
final si soy una rockera de sexo, drogas (psicotrópicas) y rock and roll) y
continuar con mi vida.
…. A veces… odio la oficina.